El paso
del tiempo, implacable y poco agradecido, de a poco hizo desaparecer las
típicas fondas de los barrios.
En Capital
Federal, como también en la Provincia de Buenos Aires, eran lugares muy
sencillos donde concurrían a almorzar los trabajadores de las fábricas y
talleres de la zona.
Por las
noches si alguien del barrio quería comer algo, los dueños de estos sitios les
daban el gusto y los atendían.
Muchas de
ellas pintorescas, no tenían gran variedad de comidas, generalmente alguna
comida a la cacerola, las pastas, el bife de costilla, las milanesas y ahí pará
de contar.
Contrariamente
a la suerte que corrieron las fondas, los bodegones son una propuesta
gastronómica que tiene un público en ascenso. Que lindo era comer en los bodegones, esos viejos reductos que elegían nuestros padres y abuelos a la hora de almorzar o cenar bien.
Desde aquel entonces los años fueron pasando, pero los bodegones siguen diciendo presente en distintos barrios porteños.
El éxito de
estos lugares siempre estuvo basado en las porciones abundantes, los precios
accesibles y la excelente atención de esos mozos súper profesionales que
acumulaban en sus cabezas decenas de pedidos.
Su público
era y por suerte sigue siendo la familia, que es la que por sobre todas
las cosas quiere comer bien.
A la hora de
elegir comer unas buenas rabas, papas fritas abundantes, una milanesa
gigantesca, un buen bife de chorizo, el clásico revuelto gramajo o simplemente
pastas caseras siempre hay alguien que elige un bodegón.