Recuerdo que tenía unos cinco años, cuando un día se presentó en casa un visitante que se transformo para la familia en una mascota impensada.
Fué un día de verano cuando una mañana apareció en el jardín de casa un conejo color blanco, que nunca nadie pudo saber de donde había salido.
Enseguida como todo chico lo metí adentro y le puse un tachito con agua, y como mi mamá lo vio como algo inofensivo, me dijo que me lo quedara salvo que alguien lo reclamara.
Mi abuela que era una tana que había vivido en el campo, no lo vio con buenos ojos porque conocía la voracidad de los conejos para con las plantas.
En esos años en el fondo de mi casa había una huerta enorme, que para que tengas una idea tenía unos setenta metros cuadrados, y donde la abuela y mi papá plantaban todo tipo de cosas según la estación, tomates, verduras de hoja, pepinos, zapallos, choclos, habas, etc.
Los primeros días, el conejo andaba suelto hasta que comenzó a atacar la quinta, y como era previsible la abuela Filomena puso enseguida el grito en el cielo, porque el conejo le dio duro y parejo a las plantas de lechuga, y la verdad que hoy a la distancia tenia toda la razón del mundo.
Los primeros días, el conejo andaba suelto hasta que comenzó a atacar la quinta, y como era previsible la abuela Filomena puso enseguida el grito en el cielo, porque el conejo le dio duro y parejo a las plantas de lechuga, y la verdad que hoy a la distancia tenia toda la razón del mundo.
El tipo comía de una planta un poco y pasaba a la otra, de la misma forma hacia con todas y cada una de las de las plantas.
La nona no estaba ensañada con el conejo pero el conejo si con ella.
Entonces mi viejo decidió armarle un lugar en el gallinero para que estuviera cómodo y que saliese del mismo cuando yo lo vigilaba.
Fue así que el perímetro de su casita, estaba prolijamente alambrado y el conejo gozaba de todas la comodidades.
Un día por la mañana. sentimos los gritos de mi abuela y cuando fuimos a ver que había pasado, la encontramos tratando de agarrar al conejo que se había escapado.
Contar el desastre que había hecho en la quinta es imposible, creo que no había dejado una sola planta de lechuga sin probar.
Cuando lo agarramos la abuela que como ya te conté tenía una destreza bárbara para pasar a las gallinas a mejor vida, lo quería meter en una cacerola.
Mi mamá trato de tranquilizarla y cuando mi papá llego a la noche, mejoró las medidas de seguridad de la casita y allí estuvo tranquilo durante unas semanas.
Nuevamente una mañana el conejo apareció en la huerta e hizo o otro desastre, porque por la noche había realizado un agujero y escapó por debajo del alambrado.
La abuela Filomena estaba con un ataque de nervios y era entendible.
Mi vieja trataba de calmarla y el conejo volvió al encierro, pero a partir de ese momento se comenzó a buscar una solución.
A los dos o tres días mi papa me dijo que lamentablemente el conejo tenia que irse porque sino se iba la abuela.
Para mi fue un golpe muy duro, porque yo adoraba a la nona pero también quería al conejo.
Mi papá me dijo que el conejo se lo iba a dar a Don Martín que era un vecino de mitad de cuadra, y que el lo llevaría a un lugar apropiado donde había cientos de conejos.
Me convenció diciendo que para el conejo era lo mejor porque estaría acompañado por otros y no solo encerrado, y así fue que con tristeza lo entendí y llevamos el conejo a la casa de Martín.
Mi papá enseguida me fue a comprar un juguete a modo de compensación al bazar de Don López.
Los pibes de cinco o seis años de los 60 éramos verdaderamente inocentes no como todos pibes de ahora, porque si esta historia se daba en estos tiempos seguramente el protagonista hubiese desconfiado del destino de la mascota.
Cada vez que lo veía a Don Martín le preguntaba como estaba el conejo si lo había visto, y el me respondía que si, que había tenido un montón de hijos y vivía feliz.
Cada vez que lo veía a Don Martín le preguntaba como estaba el conejo si lo había visto, y el me respondía que si, que había tenido un montón de hijos y vivía feliz.
Pasaron los años y mi duda porque nunca nadie me lo confirmo, fue saber que había sido de la vida del conejo.
Pasó su vida junto a sus semejantes?, o fue a parar a la cacerola del Martín, cosa que me parece se acerca a lo que verdaderamente ocurrió.
En fin prefiero quedarme con lo que me decía el viejo Martín que vivía felizmente con sus hijos, aunque cada tanto me viene a la mente alguna imagen del conejo sentado sobre un plato con papas y batatas.