Como fueron cambiando los colectivos en los últimos 40 años.
En la década del 60 los
vehículos eran mucho más chicos y tenían una sola puerta sobre el lado derecho para subir y bajar del mismo.
Luego vinieron los ómnibus más
grandes y con una puerta más sobre el lado derecho y en la parte de atrás.
Los años corrían y los
Mercedes Benz 911, los Chevrolet y los
Ford fueron de a poco reemplazados por los Mercedes 1112 y 1114.
En esos tiempos el Chofer del
colectivo, manejaba, te asesoraba donde por ejemplo tenías que bajarte pára ir
a un determinado lugar, te daba el boleto, te cobraba, hasta tenía tiempo para
fumar y pelearse con los automovilistas
y tantos otros conductores de vehículos,
que formaban parte del tránsito.
En esa época el viaje en colectivo
comenzaba con un intercambio
imprescindible con el chofer, donde te daba el boleto y te cobraba.
A la hora de darte el vuelto, cada uno de estos conductores, tenía su propio
monedero, un atractivo artefacto que consistía en cilindros contenedores y un
sistema expendedor, que les daba de a una moneda por vez.
Pero todo esto me lleva a referirme a lo importante que fueron los
boletos que te entregaba el conductor, pequeños
comprobantes del viaje.
Estos tenían diferentes
colores y notorios números de cinco cifras, además de otros detalles, como el
nombre de la empresa de transporte.
Cabuleros, supersticiosos y
timberos, convertían los números de esos boletos en señales del destino a la hora de jugar a la
quiniela o comprar un billete de lotería por ejemplo.
Muchos creían en la suerte de
los boletos capicúa, los cuales no era tan difícil que te tocara alguno, por lo
general salía uno cada ciento uno.
Los coleccionistas decían que
valían más los de segunda sección, que por lo general venían rayados y en
colores muy diversos.
Aunque te parezca mentira,
muchos colectiveros, se sacaban los boletos capicúa para ellos.
Éstaban atentos y cuando llegaba
el número, los cortaban y se lo guardaban,
no sin antes poner el importe del mismo en la recaudación.
Los boletos en rollos alojados
en las maquinas expendedoras de estos comprobantes del viaje, desaparecieron
cuando se incorporaron en los colectivos las máquinas para cobrar el pasaje
porque los choferes dejaron de hacerlo en los años 90.
Entonces ponías en la maquina el
importe del viaje en monedas y esta te
entregaba un comprobante, que no se parecía en nada a los tradicionales boletos
de colores.
Estas máquinas se reemplazaron por las actuales para utilizar la SUBE y con esta tarjeta abonar
el viaje.
Los colectivos siguieron
evolucionando, ahora son enormes, con alta tecnología y con tres puertas en el
lado derecho, preparados también para que sean utilizados por personas
discapacitadas en sillas de ruedas.
Todo fue cambiando, pero algún
viejo boleto capicúa, siempre se encuentra guardado en mi billetera para darme
suerte.
Y continuando con el tema, recordé una historia que
contaba mi tía Lita sobre el tano Oscar y su trabajo como colectivero cuando
vino de Italia.
El tano había venido a nuestro país como tantos
inmigrantes en los años cuarenta, espantado por la segunda guerra mundial.
Oscar contaba a todo el mundo que tenía experiencia en el
manejo de vehículos grandes porque en su país había manejado camiones.
Se presentó en la administración de la línea de
colectivos del barrio, para hacer una prueba y aunque parezca mentira, Oscar milagrosamente
quedo seleccionado para manejar un colectivo.
En su primer día de trabajo contaba la tía Lita que el
tano le pego una raspadita al guardabarro delantero del impecable colectivo.
Era patético a la hora de relacionarse con los pasajeros porque
tenía memos modales que una paloma.
Sus propios vecinos cuando venía el colectivo y divisaban
al al volante al tano Oscar, disimuladamente
se hacían a un costado en la parada y esperaban el bondi que venía
atrás.
Al mes de estar trabajado, el pobre colectivo que manejaba a diario, tenía
rasponsitos por todos lados, razón por la cual la empresa, decidió pegarle una
patada en el traste, que fue a parar a la casa sin escalas.
Todo el barrio respiro y el ´pobre tano desocupado, puso
como tantos tanos y gallegos un almacén en su casa.