Desde
su inauguración en el año 1918, el Balneario Municipal de la Costanera Sur fue un
testigo privilegiado del esplendor y también de la decadencia de este paseo.
En
esos años, caminando, en auto o en el tranvía, miles de porteños se acercaban a
este lugar en busca de aire fresco en las tardes de verano, o simplemente para
bañarse en el río, vestidos con mallas enterizas y provistos de toallas,
hombres y mujeres compartían el ligar.
Durante
las décadas del 20 y el 30, el lugar fue enriqueciéndose con la instalación de
bares y confiterías que sumaban su belleza por ejemplo a la Fuente de la
Nereidas, siendo un lugar prolijamente alumbrado por las hermosas farolas de bronce.
El
balneario se convirtió rápidamente en uno de los paseos preferidos de los
porteños, no sólo durante el día, sino también por la noche, gracias a los
espectáculos de música y variedades ofrecidos en las confiterías.
Hacia
fines de los años 50 comenzó la decadencia del Balneario, las instalaciones se
fueron deteriorando, muchas confiterías fueron demolidas y poco a poco
comenzaron a aparecer carteles que prohibían el baño debido a la contaminación
del río.
A
comienzos de la década del 70 un nuevo proyecto se sumó a los ya existentes en
la zona norte para ganar tierras al río frente al antiguo Balneario Costanera
Sur.
El
relleno comenzó en 1978, empleando un sistema similar al de los polders
holandeses, construyéndose terraplenes perimetrales con
escombros de las demoliciones realizadas para abrir el trazado de las
autopistas urbanas.
El
Proyecto inicial, que incluía la creación de áreas verdes y la construcción de
un Centro Administrativo de la Ciudad fue finalmente desestimado, aunque los
trabajos de relleno y descarga de escombros continuaron en forma discontinua
hasta 1984.
A
partir de entonces y en forma espontánea, comenzaron a desarrollarse diferentes
comunidades vegetales a partir de semillas presentes en el sedimento,
transportadas por el viento o dispersadas por los animales.
Al proporcionar
refugio y alimento, las plantas favorecieron el establecimiento de poblaciones
animales.
Desde
el primer momento, las lagunas y pastizales fueron surgiendo, llamaron la
atención de los amantes de la naturaleza, que comenzaron a visitarlas
regularmente.
A
medida que crecía la diversidad biológica, aparecían los bosques y aumentaba la
variedad de especies animales.
El
lugar fue convocando a más gente, aerobistas, ciclistas, estudiantes
naturalistas y observadores de aves extranjeros de paso por Buenos Aires.
Sobre
el final de los años 60 tuve la suerte de conocer este lugar tan pintoresco de
la ciudad de Buenos Aires.
Una imagen desconocida para la gente joven de esta época, pero un recuerdo para todos aquellos adolescentes que concurrían en verano a pasar las tardes.