Recuerdo siempre allá
por los años 70 cuando con mis amigos íbamos a algún bar, de los que abundaban
en Banfield a tomar algún café, y de paso y cañazo nos fumábamos algunos
cigarrillos y charlándo hasta el cansancio.
Podía extenderse
nuestra visita al lugar, si había algún pool lo que motivaba para que nos quedáramos
varias horas, hasta que alguna otra obligación nos indicaba, que debíamos pagar e
irnos.
En estos boliches
estaba todo bien en la medida que, nos comportáramos de buena forma, divirtiéndote
pero sin jorobar a nadie, “bueno, a casi nadie”
Eran otros tiempos y
si en un bar hacías lió o te pasabas de rosca te agarraban a patadas
en el trasero, y hasta siempre, porque no entrabas nunca más.
Y bueno, como siempre
ocurre llega la hora de pagar, cada uno lo hacía con lo que había consumido, y ahí
encarábamos una broma que le hacíamos a los mozos que atendían.
En esos años la gran
mayoría que fumaba usaba fósforos, la carterita, la fragata que eran fósforos
de madera y los de cera.
Estos últimos los
encendíamos y derretíamos la cera en la mesa sobre la cual posábamos las
monedas que dejábamos de propina, las cuales quedaban adheridas
firmemente sobre ellas.
Cuando nos íbamos
y el mozo retiraba lo que había quedado sobre la mesa, quería levantar las
monedas que dejábamos, y no podía.
Bueno, este
improvisado pegamento no era la gotita de hoy, con un poco de esfuerzo las
terminaban despegando.
Naturalmente esta
situación motivaba la risa de todos y naturalmente la nuestra también, que mirábamos
desde afuera.